La guerra de las galaxias: La saga Skywa

La guerra de las galaxias: La saga Skywalker

Por | 14 de febrero de 2020

Esta crítica sólo se ocupa de los largometrajes fotográficos de La saga Skywalker.

«Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…»

La guerra de las galaxias comienza con una paradoja doble: entre cuento de hadas y algo vagamente científico situado entre el Big Bang y el futuro. Todo cabe en sus fronteras sin límite. Por eso su inicio ideal, que no su inicio exacto, está en el desierto, a la vez territorio desolado y territorio de promesa.

Ese territorio, que es el territorio del western, donde un solitario anónimo busca su fortuna, sin embargo, es recorrido en primer lugar por un par de droides, aunque no terminará de tener sentido hasta que aparezca la cantina de Mos Eisley, adonde los robots les será prohibido el acceso. Entonces tres humanos, un wookie y un rodiano con roles clave, y muchos otros seres sentientes secundarios –una forma infinita de diversidades– se encuentran en un espacio cerrado (una cantina) que resulta estar absolutamente abierto: cada una de esas personas, humanas y no humanas, es una historia posible, no narrada, apenas sugerida.[1] Así será en cada conglomeración de seres inteligentes en cualquier punto de la Galaxia y con cada pequeña creatura en primer plano (sus hábitos alimenticios, su tiempo de reproducción y gestación, etc.). En primer lugar, la condición de posibilidad de La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas/Disney, 1977-2019) es la apertura a imaginar los límites de dicha Galaxia y del universo más allá de sus confines.

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R2-D2 y C-3PO. La guerra de las galaxias (Star Wars), posteriormente conocida como Episodio IV: Una nueva esperanza (Episode IV: A  New Hope, George Lucas, 1977).

Al hablar de seres inteligentes, en Star Wars, no puede excluirse a los droides. Encargados de la primera misión clave (Episodio IV), R2-D2 y C-3PO deben llevar los planos de la Estrella de la Muerte al misterioso Obi-Wan Kenobi, quien a su vez debería llevarlos a la base de la Rebelión; tal y como, en uno de los muchos correlatos del Episodio VII con el IV, BB-8 debe poner a salvo el plano que permitirá descubrir dónde está oculto Luke Skywalker, el último jedi, para atraerlo de nuevo y quizá inspirar a muchos a unirse a la Resistencia. Los robots, como las personas, o las vacas, tienen carácter y, como algunas personas, toman decisiones. Notoriamente, a pesar de que tienen mentes capaces de hacer cálculos complejísimos («La probabilidad de cruzar con éxito un campo de asteroides es aproximadamente de 3,720 a 1», «Las posibilidades de sobrevivir [una noche a la intemperie y bajo cero] son 725 a 1»), en el ejercicio de tomar decisiones, a menudo impulsivas, entran en una cadena de consecuencias azarosas imprevisibles generada por ellos mismos.

En dicho sentido son iguales a los seres orgánicos con los que se relacionan. Si bien los androides que habitan cada rincón de la galaxia –incluso nueve años después del episodio que narramos los cantineros del bar de Chalmun, en Mos Eisley, serán androides[2]– en principio están pensados como extensiones complejas y perfeccionadas de las posibilidades humanas (C-3PO domina seis millones de formas de comunicación y conoce un número igualmente infinito de normas de etiqueta; R2 y BB-8 están diseñados para hacer reparaciones y cálculos para viajar en el hiperespacio) pero finalmente resultan Otros, iguales en posibilidad y dignidad (su opinión es incluso tomada en cuenta).

Entre los seres inteligentes orgánicos y los droides, La guerra de las galaxias nos acerca a dos problemas filosóficos complejos. La multitud de especies sentientes ficticias, en realidad nos habla de las posibilidades, al parecer siempre limitadas, de la intelección.[3] Por su parte, los droides al escapar de la mera extensión de las capacidades humanas de la tecnología[4] y ocupar un lugar de Otros revelan la característica primigenia del trabajo: se trata de un acto interrelacional entre la colectividad humana y el mundo, y la humanidad y la tecnología misma.[5] En un segundo nivel, el marco donde es posible la saga, es el de los lazos cercanos o lejanos entre seres orgánicos o artificiales, que finalmente forman una unidad indistinguible.

[La tecnología tiene además otra dimensión con, más que en, el impulso inicial de la saga: para poder contar lo que George Lucas se propuso contar en los 70, en sus propias palabras, tenía que «forzar los límites del cine».[6] Conseguirlo significaba inventar modos de filmar, sonidos, objetos, efectos… Más tarde la tecnología digital que sus empresas diseñaron le permitió crear escenarios que hubiera sido imposible producir en un estudio, como las escenas de Coruscant.[7] Lucas (Modesto, California, 1944) estaba muy consciente de que para conseguir ciertas posibilidades estéticas el problema es técnico, aunque para él cada solución tecnológica siempre debe estar relacionada con un contenido que dé cuerpo a la innovación.[8] De este modo recuerda que la palabra arte, en su acepción original –el latín ars es el calco del griego τέχνη [téchnē]: habilidad, conocimiento de un oficio, pericia– implica una dimensión técnica, es decir, de resolución de problemas. Y si bien, en sentido estricto, lo anterior aplica también a las tres películas de Star Wars hechas por Disney, la gran brecha entre los primeros seis episodios y los últimos tres estriba en la innovación, sustituida por la nostalgia.]

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Luke Skywalker en Tatooine. Episodio IV: Una nueva esperanza (Episode IV: A  New Hope, George Lucas, 1977).

En algunos planetas desérticos y periféricos de ese universo múltiple y tecnologizado aparecen tres seres excepcionales, con un poder innato para manipular la Fuerza. Cuando Rey, entonces sin apellido, le cuenta a Luke Skywalker que viene de Jakku él le responde: «Okey, eso básicamente no es ningún lado». Sólo que lo mismo podría decirse de Tatooine, el planeta donde tanto él como su padre crecieron. El desierto, de nuevo, es una especie de zona cero, desde donde se puede trazar cualquier ruta.

¿Qué mejor punto inicial para que un héroe comience su travesía que ningún lado? Porque de eso se trata la saga, del camino del héroe, es decir –al menos en los términos Joseph Campbell lo planteó partiendo de Otto Rank–, de una partida, un logro y un regreso.[9] El logro, la hazaña, que es la columna del trayecto, puede ser físico («un acto de valor en la batalla o salvar vidas») o espiritual («una experiencia de carácter sobrenatural de la vida espiritual»).[10] En las travesías de los Skywalker entran en juego ambos órdenes.

Luke, quiere entrar a la academia de pilotos y dejar la granja de humedad de su tío/padrastro Owen, aunque acuerdan hacerlo después de la última cosecha (de agua) el plan se viene abajo cuando las tropas imperiales asesinan a su familia y queman el rancho. Anakin, nacido esclavo, es elegido por los jedi porque tiene un don extraordinario en la Fuerza y es liberado para formarse en la orden. El costo es que tiene que abandonar a su madre, de muy niño y, naturalmente, contra su voluntad. Rey, abandonada por unos padres que apenas recuerda y que espera que vuelvan por ella, y esclavizada por la precariedad de los trabajadores marginados (es una pepenadora), se ve obligada a dejar Jakku y el anhelo de recuperar a su familia, cuando un robot y un stormtrooper arrepentido se cruzan accidentalmente con ella. Como los profetas, todos se encuentran con una misión que no buscaron y, excepto por Luke, que tampoco quieren. Como los profetas cada uno tendrá una revelación. Aunque aquí también habrá espadas láser y explosiones.

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Han Solo, Chewbacca y Finn. Episodio VII: El despertar de la Fuerza (Episode VII: The Force Awakens, Disney/J.J. Abrams, 2015).

No son los únicos: Chewbacca, C-3PO, Han Solo y Finn también se encuentran envueltos en algo que no buscaban (Episodios IV y VII). Ninguno es arrastrado a ello por el héroe, más bien en algún momento cada uno decide sumarse a la aventura, a un equipo con una misión, que además es mucho más grande que todos ellos, la Rebelión o la Resistencia, adonde ya están afiliados otros personajes clave (Leia, R2-D2, Poe Dameron, BB-8). En la apertura de Star Wars las historias de los compañeros del héroe también participan de la apertura generalizada del universo planteado por George Lucas.

Al sumarse al periplo del héroe se convierten en colaboradores para que este consiga su objetivo, como cuando Han y Chewbacca regresan a ayudar a Luke en el momento preciso en que necesita estar libre para hacer el disparo de precisión que destruirá la Estrella de la Muerte. Pero cada uno tiene un camino propio y recibe a su vez la ayuda de los demás, como cuando Finn decide sacrificarse y –en uno de los giros más torpes del periodo Disney– Rose Tico lo salva (Episodio VIII) o cuando C-3PO acepta que borren su memoria para que el protocolo de programación que le impide traducir del sith quede desactivado (Episodio IX). 3PO da la clave para entender lo que está en juego cuando dice «Estoy viendo a mis amigos por última vez». El encuentro de héroes en La guerra de las galaxias provoca que uno de los temas centrales sea la amistad, es decir, el amor fraterno por gente con la que hemos decidido compartir nuestra experiencia.

La amistad es un misterio lleno de actos de solidaridad y de bromas que prueban nuestro cariño creciente o maduro (cuando Han Solo se da cuenta de que Luke se siente atraído por Leia lo molesta un poquito –antes de que se revele la telenovela familiar de los Episodios V y VI). Curiosamente, este asunto clave para todos nosotros tiene muy poca cabida en una tradición fílmica –la occidental, y no sólo en su sección hollywoodense– donde la pasión romántica ha opacado casi cualquier otra forma de amor. J.J. Abrams desperdició espantosamente la posibilidad de mostrar cómo uno también puede fallarle a los amigos, cuando no tuvo el valor de matar a Chewbacca a manos de Rey (Episodio IX): al hacerle daño a alguien que quiere, Rey pudo o ser tentada por el Lado Oscuro o adquirir mayor entereza para nunca entregarse a él.

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Yoda. Episodio V: El Imperio contraatca (Episode V: The Empire Strikes Back, George Lucas, 1980).

Además de héroes y amigos, La guerra de las galaxias tiene como entes medulares a los maestros. Hay cuatro fundamentales (Yoda, Obi-Wan, Luke y Darth Sidious) en dos sistemas diferentes: la institucionalidad y la marginación.

En tiempos de la República, los primeros cronológicamente, cada jedi recibe un aprendiz, un padawan. Su misión es múltiple: enseñar técnicas guerreras, el manejo de la Fuerza, y una especie de Hagakure, que podríamos denominar el “Código jedi”. Anakin Skywalker, impulsivo, fuerte y autoritario, muy joven, queda en manos de Obi-Wan Kenobi, moderado, contenido, reflexivo, francamente ñoño, y poco preparado –como todos los maestros– para enseñar. Delimitado por su sistema de valores, está atrapado entre acotar a Anakin y guiarlo por su propio camino. Pero Anakin, no sólo es muy impaciente, sino que espera resoluciones inmediatas. Así es como, tras una lenta y ambigua seducción, conoce a su maestro definitivo, El Emperador, Darth Sidious, resuelto a ofrecer el fruto del Árbol del Bien y del Mal con tal de conseguir un alumno esbirro encandilado, lo que en realidad significa adquirir más poder. Obi-Wan y El Emperador son una oposición dentro del sistema institucionalizado (por la oposición los jedi contra los sith): la afiliación libre y problemática y la apropiación autoritaria.

De cualquier modo, no hay maestro sin alumno, y Anakin elige como maestro al Emperador, antes que a Obi-Wan, quien le fue impuesto. En eso se parece a Rey y a Luke: cada uno elige a su guía –si bien ninguno de los dos tiene muchas opciones.

Fuera de la institución, el maestro luce mejor su aura mítica porque hallarlo es el primer paso en la iniciación.

Cuando la aparición fantasmal de Obi-Wan le indica a Luke que debe encontrar a su nuevo maestro en Dagobah, Luke, impaciente, inseguro, preocupado por los demás, se encuentra a un viejo sabio y calmo. Yoda sabe que tiene muy poco que enseñarle a su último padawan, que cuando mucho podrá «ayudarle a [encontrar su camino y recorrerlo], a no traicionar la esencia de su persona».[11] De ahí que sus lecciones clave no sean ni el entrenamiento físico ni la Fuerza, sino asentir ¿preocupada y confiadamente? cuando Luke decide adentrarse a la zona donde domina el Lado Oscuro y dejarlo ir con sus amigos. El resultado es que el padawan vuelve con el maestro ya moribundo, acto que, en su fidelidad hacia su propio compromiso, revela que está listo para ser un (maestro) jedi. Cada alumno que sabe serlo porta la simiente de la enseñanza.

¿Y qué pasa cuando Luke asume el papel de maestro? Que falla. Y le falla a su alumno más especial, su sobrino Ben. Todos los enseñantes somos, si es que lo somos, ídolos con pies de barro y nos equivocamos una y otra vez. Sólo que a veces es intolerable, doloroso, hacerlo con quienes más queremos. Luke, en parte, tiene miedo de su alumno por su propensión al Lado Oscuro, pero quizá también porque su alumno, como a veces sucede, no sólo elegirá su propio camino, sino que tiene un potencial que el maestro no alcanza. El resultado es que Ben Skywalker, convertido en Kylo Ren, destruye la obra de su maestro. Luke, destrozado, desaparece.

Cuando Rey lo encuentra en Ahch-To (Episodio VIII), Luke, amargado, está regodeándose en su hiel. Entonces le propone tres lecciones. Las mejores debido a que está desencantado de la ideología jedi y puede ser crítico ante ella. Sin embargo, su enseñanza más importante está en relatarle su versión de sus yerros. Cuando Rey se va a ayudar a sus amigos en claro correlato con la partida de Luke de Dagobah (Episodio V) y Luke quiere destruir el primer templo jedi (un árbol), un Yoda fantasmal se aparece, lo contiene y confronta: «¿Qué no escuchaste lo que te dije? “Transmite lo que aprendiste”. Fortaleza, habilidad… pero también tu debilidad, tu estupidez, tus fracasos. Sobre todo tus fracasos. El fracaso es el más grande maestro». Es como si le hubiera revelado lo que ya había hecho con Rey. Yoda, remata: «Somos en lo que [los alumnos] se convierten sin nosotros. Esa es la responsabilidad [burden] de todos los maestros». La tensión entre acompañar a los alumnos en su propio camino y soltarlos es el paso de madurez de los maestros. En eso somos un poquito como padres, o más bien como padrastros.

[La paradoja más radical es que los ¿verdaderos?, ¿mejores? alumnos al elegir a sus maestros los hacen. Geoges Lucas cuenta que cuando comenzó a escribir el guion de Star Wars tenía como proyecto, de algún modo, construir una mitología. En el proceso se encontró con El héroe de las mil caras de Joseph Cambell y redondeó algunas ideas del guion.[12] En cierto sentido la trama de Luke Skywalker encaja en el monomito, en el periplo del héroe:

Slashme, diagrama del periplo del héroe, versión en español de Albertojuanse. [13]

Dejemos que la imagen hable y nos ayude a establecer la relación entre Lucas y Campbell, sin construir un listado de coincidencias y diferencias. La clave está en que Campbell no se lee igual desde que Lucas lo retomó y lo transformó.[14] Cada alumno resignifica y reaviva la labor a su maestro, sin su maestro.

Por otra parte, se puede distinguir quizá entre el alumno y el discípulo. El primero, alumnus, quien es alimentado (alere) por alguien, no necesariamente crea a su maestro, y más bien tiene una relación mediada por una institución; en tanto que el segundo, discipulus, el que se deja enseñar, aprende y sigue su camino más allá de su maestro, tal como Yoda comenta. La diferencia en las relaciones de Lucas con Campbell y la de J. J. Abrams con Lucas está en cada uno de esos órdenes. Lucas más que un alumno es un discípulo. Abrams (Nueva York, 1966) es un alumno que se alimenta de su maestro para conseguir el mismo resultado, y con trabajos: el Episodio VII es un calco del IV; el IX no tiene sentido. Rian Johnson es un poco ambas cosas en el Episodio VIII: un discípulo en lo que refiere a Luke y Rey, y un alumno con recursos pobres en lo que refiere a Finn y Rose (en este caso un alumno inspirado en los Episodios I, II y III). Johnson (Silver Spring, 1973), demasiado preocupado por provocar,[15] tuvo la dignidad de fallar estrepitosamente al tiempo que aprendía.

Queda por resolver la relación del alumno y el discípulo con la institución. Abrams en su apego tanto a La guerra de las galaxias como texto canónico, como a los intereses de Disney –o mejor dicho: al único interés de Disney: hacer dinero– es una especie de artesano capaz de reproducir modelos con gran destreza, e incluso por momentos, sus pocos momentos de valentía, rozar el Arte como lo entendemos (por ejemplo, en la muerte de Han Solo). En cambio, Lucas establece una relación rebelde con esa institución que es Hollywood y crea una especie de historia híbrida o remezclada del cine industrial estadounidense. Para no ir más lejos quedémonos en el Episodio IV: es, al menos, un western, ciencia ficción, fantasía, una película de cruzados y una película de la Segunda Guerra Mundial en un discurso innovador y disparatadamente coherente –otro aspecto de la apertura que establece el área de posibilidad de los primeros seis episodios de la saga.]

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Rey y Luke Skywalker. Episodio VII: El último jedi (Episode VII: The Last Jedi, Disney/Rian Johnson, 2017).

El maestro, también, en cierto sentido, es un vehículo para lo que lo trasciende; alguien que apenas muestra caminos que lo rebasan. Yoda, apenas tiene tiempo de insinuarle a Luke las posibilidades de la Fuerza, que él irá aprendiendo poco a poco –fuera de la pantalla, desde la lógica de apertura que caracteriza la saga; dentro, es mayormente un elemento espectacular. Debe ser por eso que no la define, sino que apenas la sugiere: «La vida la crea, la incrementa. Es la energía que nos rodea y nos une. Somos seres de luz, no esta materia vulgar. Tienes que sentir la Fuerza a tu alrededor, aquí, entre tú y yo, el árbol, la piedra, en todas partes. Incluso entre la tierra y la nave». Y bueno, donde hay luz hay sombra. Darth Vader, sabiéndolo quiere «completar» el entrenamiento de Luke, mostrándole las posibilidades más macabras de ese poder. Pero Luke es demasiado noble como para ser tentado. Anakin Skywalker, en cambio, en su impaciencia por hacer las cosas a su modo, en su impulsividad y, por último, en su desesperación por ser más fuerte que el Universo y alterar lo inevitable, se engancha. El Emperador, por supuesto, lo sabe y lo usa a su favor. Sus enseñanzas sirven para el dominio y la destrucción, porque la Fuerza, como cualquier instrumento en manos del hombre es una bendición y una maldición.

Si bien en el trayecto que convierte al héroe (Anakin) en villano (Darth Vader) Lucas aprovecha las inconsistencias del mundo, su planteamiento de la Fuerza es blanco y negro (Episodios I a III). Y sólo Rian Johnson, se atrevió a resignificarlo con su Luke desarrapado, cínico y desencantado. La clave está en este diálogo entre Skywalker y Rey:

—¿Qué sabes de la Fuerza?
—Es un poder que los jedi tienen, con el que controlan gente y hacen que las cosas floten.
—¡Qué bárbara! ¡Todo lo que dijiste está mal! […] La Fuerza no es un poder. No se trata de levantar piedras. Es la energía entre todas las cosas, una tensión, un balance que une todo.

Aquí hay un contraste muy importante entre Yoda y Luke, y entre Luke y El Emperador. Para Luke la fuerza no es unívoca. Mientras habla, en pantalla se contraponen luces y sombras y así el relato se vuelve más complejo. La fuerza más que binaria es una especie de Yin Yang: hay luz y hay sombra, pero también hay luz en la sombra y sombra en la luz. (Sustento mi lectura en que cuando Kylo Ren desde su nave y Rey desde su alojamiento en Ahch-To se tocan, las puntas de los dedos recuerdan el taijitu.) Luke, este Luke que fue un héroe y ahora es un outsider, exige del espectador madurez… en una película para niños… Lo importante, en todo caso, es que Johnson plantea una salida al problema central de toda la saga: que el balance sólo puede ser pensado como tensión. Por desgracia, luego volvió Abrams, a destruir todo: a que los buenos ganaran palmariamente.

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La Fuerza también es un camino de aprendizaje en sí misma. Por eso el vínculo ¿telepático? entre Rey y Kylo Ren los va llevando a aprender nuevas cosas, a conectarse. Quienes aprenden también son maestros entre ellos. El aprendizaje es un acto común. Y es infinito. Qui-Gon Jinn tiene esa función: mostrar que el cúmulo del conocimiento trasciende a quienes lo descubren o conforman, que es algo más grande que la vida, aunque obviamente, desde la lógica de la saga lo hace comunicándose con Yoda desde el Más Allá (Episodio III).

[George Lucas ha dicho una y otra vez que el concepto de Fuerza tenía una dimensión espiritual genérica, que quería usar los elementos compartidos por tantas culturas como fuera posible, campbellianamente.[16] Y sí, sin ir muy lejos, la Fuerza tiene a primera vista algo del Qi chino, del Gran Espíritu –que en realidad no es un ente sino un vínculo y un misterio– de los siux y los algonquinos, y el naturalismo de la Ilustración. Si se presiona la traducción también remite al significado del nombre del Dios judeocristiano si no traducimos Yahvé según la tradición, Yo-soy-el-que-soy, sino como Yo-soy-lo-que-es.

Ojalá fuera tan simple. Si uno observa bien las películas, aún cuando la Fuerza tiene una dimensión espiritual, en realidad es una especie de anabólico guerrero: sus posibilidades se convierten en habilidades mágico-espectaculares para que un bando venza a otro. En otras palabras, la Fuerza sólo sirve para hacer el Mal (matar, dominar mentes más débiles…). Xavier Rubert de Ventós planteó una distinción culinaria que puede ayudar a llevar lo anterior aún más lejos: para él la distinción entre la mezcla de sabores suaves que conforman el sabor final de los platos mediterráneos no puede ser más distinta que la base neutra de la comida estadounidense a la que se le agregan uno o más condimentos de sabor escandaloso. Con base en lo anterior plantea que

las Trascendencias y Absolutos que han proliferado en USA se [le] aparecen como los pepinillos y el ketchup espiritual, por así decir, que ellos sobreponen a la “base simple” de un modo pragmático y competitivo. En el ámbito latino, la sustancia de nuestra vida, como la de nuestra comida, no ha sido nunca tan insípida como para necesitar esos complementos tan fuertes y tan especializados, esos chutes de espiritualidad con los que ellos se colocan. Nunca hemos sido tan goal-minded para necesitar ahora una cura de “consciencia del Aquí y el Ahora”; nunca tan individualistas para tener que compensarlo con místicas uniones cósmicas…[17]

El uso espectacular de la Fuerza es como la mostaza cáustica y artificial que se le agrega a una especie de espiritualidad neutra. Y un héroe la convierte en su herramienta, un instrumento que siempre está descubriendo (Episodios IV a IX). Pero no olvidemos que es un poder espectacular, que es de este Mundo y puede incidir en él, a diferencia del balance o el continuum entre lo físico y lo metafísico en el ámbito multirreligioso del que Lucas se nutrió. Sin duda –mantengámoslo en mente– tiene una dimensión infantil: el deseo de que llegue una solución mágica, un deus ex machina a resolverlo todo. Y, naturalmente, también tiene una dimensión gringa, cosa de la que no podemos culpar a Lucas por ser estadounidense –hasta Noam Chomsky cojea del mismo pie al asumir esa especie de inteligencia superior yanqui que sustenta sus teorías de complot y que Wikileaks han revelado como una concatenación de imbecilidades. Esa dimensión donde las ideas de un espectáculo y de dar un espectáculo se alinean: el show. Pero nada de eso borra la pregunta espiritual que está en el fondo, para quien quiera hacerla.]

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Y bien, el héroe sale a enfrentar algo más grande que él y para lo que nunca está preparado. Pero tampoco estará preparado jamás si no sale a enfrentarlo.

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Cañón del planeta-Base Starkiller. Episodio VII: El despertar de la Fuerza (Episode VII: The Force Awakens, Disney/J.J. Abrams, 2015).

Por un lado, a lo que se enfrenta es a algo mucho más grande, inaprehensible, una Institución: el Imperio (la Federación de Comercio y la Primera Orden a fin de cuentas son la misma cosa). En realidad en ningún momento es muy claro cuál es el devenir político de Star Wars. Pero pensémoslo como un acierto: uno nunca entiende verdaderamente qué ocurre en los círculos del poder porque los políticos son una clase distinta. Lo poco que queda claro es que en un momento el Imperio, oculto, amenaza a la República, es decir, el fascismo autoritario pone en riesgo la democracia, siempre precaria (Episodios I a III), y que en otro el Imperio, visible, es confrontado desde las sombras, el Imperialismo contra la guerrilla (Episodios IV a IX). Y en cierto modo, sin la misma claridad la República se convierte en Imperio, el Imperio de nuevo en algo más flexible –no sabemos qué es exactamente pero sí que Leia está entre sus líderes–, y eso más flexible en la Primera Orden. En cualquier caso de trata de una unidad que cambia y que incluye a su oposición política.

Si bien formalmente el Imperio tiene un toque nazi, sus acciones son claramente estadounidenses, al menos para quienes los vemos desde fuera: hay bloqueos comerciales que anuncian invasiones (Episodio I), monstruos creados por ellos mismos aterrorizando geografías donde tienen intereses económicos (Episodios II y III), patrullas de soldados manteniendo retenes a punta de pistola (Episodio IV), armas de destrucción masiva (Episodios IV, VI, VII y IX) y un jovencito noble, rubio y un poco rebelde que se entrena para convertirse en un héroe según la lógica del Imperio –un asesino sanguinario desde cualquier otro punto de vista.

Ése es el personaje más fascinante de la saga, Darth Vader.

¿Cómo es que un niño medio insoportable y medio tierno se convierte en una máquina de destrucción? No queda muy claro que el deseo de salvar a su esposa sea la gota que derrama el vaso (Episodio III). Más bien puede advertirse que va tendiendo hacia una visión única y cerrada, de resultados inmediatos, pero tampoco es del todo claro. Esta difuminación es casi un toque de genialidad porque recuerda que el Mal es banal y vano, que las soluciones unívocas dan seguridad al limar complejidades, al tapar el sol con un dedo. Lo más interesante, en cualquier caso, es que Vader es un villano visible porque ese papel le toca en esta configuración. Si su historia fuera invisible (para el Imperio) sería el Capitán América. Cualquiera de ellos podría actuar bajo estas órdenes del Emperador: «Haz lo que tienes que hacer. No dudes. No tengas piedad» –aunque el segundo sólo lo haría contra “malvados” nazis en los cuarenta, comunistas hasta los ochenta y musulmanes en el presente: neutralizar la brújula moral, deshumanizar al prójimo, es una virtud militar.

Si hubiera una moraleja sería que la democracia puede devenir en autoritarismo y que cuanto éste se desmorona anuncia un orden más flexible, y así sucesivamente. Es como si cada sistema trajera en sí la simiente del posterior. En todo caso lo absurdo es la idea de un orden perpetuo, un balance sin tensión.

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Stormtroopers. Episodio VII: El despertar de la Fuerza (Episode VII: The Force Awakens, Disney/J.J. Abrams, 2015).

El Imperio (y Cía.) representa(n) un orden unívoco, que tiene su reverso en el desorden de la Rebelión (y Cía.). Will Brooker hace notar que no sólo los colores (blanco y negro, contra una gradación de marrones), sino también el lenguaje, marcan la división (escuchamos repetidamente «escoria rebelde»).[18] Alta técnología contra piezas de reciclaje, verticalidad contra improvisación, etc. indican los extremos políticos de la saga. En medio hay algunos seres que tienden puentes entre los extremos: la Orden Jedi (Episodios I a III), Leia y C-3PO…

Anakin es rescatado de un contexto caótico, educado –es decir, disciplinado– primero bajo los preceptos jedi, que caben en la democracia, y después bajo los sith, que llevan al fascismo. La democracia es aquí un acuerdo precario que resulta cada vez menos aceptable por la pulsión autoritaria, que requiere un orden claro, estable y sin desvíos. El que los uniformes de los stormtroopers los igualen (podría haber no humanos entre ellos y no se notaría) es la mejor guía del orden tiránico. En un primer momento la saga comienza bajo una de las tradiciones del cine estadounidense, la disciplina, ya visible en piezas tan antiguas como Asalto y robo de un tren (The Great Train Robbery, Edwin S. Porter, 1903), donde se busca mostrar cómo el concierto legal es el camino deseable.

Pero ese orden resulta opresor y la reorganización constante e imaginativa representada en un principio por el Senado y después por los grupos rebeldes, un orden más abierto y flexible, donde quepan todos –entre los rebeldes las mujeres y los sentientes no humanos tienen un lugar, por más pequeño que sea, desde antes de Disney, por ejemplo–, visibilizan la resistencia que complementa a la disciplina. Aunque George Lucas ha repetido que la serie no tiene relación con la política estadounidense, es muy fácil entender que la matriz mental que opone un sector blanco anglosajón y protestante contra una diversidad que choca por todos lados es visible en pantalla, incluso si es en forma crítica, incluso si es algo que se cuela por las grietas inconscientes de una configuración que remite a la Segunda Guerra Mundial –por ejemplo, el ideal del ario de los nazis se parece mucho al del estadounidense de los rednecks, por dar un ejemplo excesivamente esquemático.

Fuera de Estados Unidos, en cambio, los símiles cambian: el Imperio, el Imperio, son ellos. Casi que podríamos pensar en Darth Vader reclutando para el ejército. La idea incluso se refuerza con la diversidad Disney: Finn y Jannah pueden perfectamente formar parte de la máquina imperial en la que los stormtroopers están igualados porque llevan un uniforme y se revelan cuando se rebelan (son negros). Regresando a la idea raíz, lo desconcertante, es que en La guerra de las galaxias no leemos al Imperio sólo como lo que sabemos que es, sino que también resulta algo atrayente… Por eso sería más interesante evaluar qué nos seduce a los demás desde fuera, ¿sentimos una tentación por la pulsión violenta, por el poder del Imperio representado en Vader, como las personas que se incorporan al ejército estadounidense para obtener la nacionalidad?, ¿sentimos que somos somos un David que puede encarar al Imperio invasor y destructor?, ¿un poco de ambas cosas?

[La misma historia de las películas sufre esta tensión. Producidas, en un inicio por un equipo que al menos en soluciones técnicas relevantes era horizontal (los sets, los “monstruous”, el sonido fueron colaborativos), con el desarrollo de la animación digital Lucas cada vez tuvo mayor control, y el resultado fue Jar Jar Binks. Él mismo dijo: «Quería mantenerme independiente. Pero al mismo tiempo intentaba combatir al sistema corporativo, que no me gustaba. Y no estoy nada contento con el hecho de que las corporaciones se hayan apoderado de la industria fílmica. Sólo que ahora [a principios de siglo] yo mismo dirijo una gran coporación. Aquí hay cierta ironía: me convertí en lo que quería evitar, lo que a fin de cuentas es en parte de lo que se trata La guerra de las galaxias».[19] Y bien, pues la ironía se redobla cuando Disney entró en juego. Es como si Darth Vader le entregara las joyas de la corona al Emperador. Ahora un nuevo ente oscuro, J. J. Abrams, que comandando un grupo indistinguible, un crew, intentó generar productos de manufactura precisa que cumplieran con todas las reglas del mercado y, al mismo tiempo, se parecieran a lo que Star Wars era. En un malabar entre el capital y la nostalgia Abrams, intentando terminar lo que Lucas inició, primero replanteó la condición de posibilidad de la película (en el Episodio VII: hay mundos abiertos, desorden, etc.),[20] pero luego ante los riesgos de Rian Johnson, simplemente cerró con seguridad y sin convicción, asegurando sollozos y dólares.

Sería fácil desacreditar toda la empresa sólo por el cierre, sin embargo, oscuramente, en el capitalismo también cabe la excepción: el Episodio VII es verdaderamente bueno; la mitad del VIII extraordinaria, es decir, la mitad de Luke y Rey; y, para empezar, que la idea original de Lucas se haya producido también fue un error en la matrix: rompió con lo que era concebible como un éxito comercial en su momento.]

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Luke Skywalker. Episodio VI: El regreso del jedi (Episode VI: The Return of the Jedi, George Lucas, 1983).

Y en el corazón del Imperio, hay un David corriendo atolondrado con su resortera: Luke que desea estudiar en la academia (del Imperio) para ser un gran piloto como su padre y que más tarde se entera de que es hijo de un jedi. Obi-Wan le dice que Darth Vader mató a Anakin Skywalker; Vader a su vez le confiesa que él es su padre. La paradoja es que no hay contradicción: Vader mató de algún modo a Anakin cuando la máquina de destrucción, es dedir, la máquina disciplinadora, sustituyó los sueños del niño que quería salvar a su madre de la esclavitud.

El shock de Luke es saber que viene de la misma médula del horror. Pero está listo. Cuando entra a la cueva del lado oscuro en Dagobah, Luke encuentra su peor temor, que es convertirse en Darth Vader, antes de siquiera sospechar que es su padre. Antes de entrar, el padawan le pregunta a Yoda «¿Qué hay ahí?», y el maestro le responde «Lo que lleves contigo». Cuando confronta a Vader, Luke lleva lo mismo. El  miedo, que lo tiene alerta, le impide sucumbir a la tentación del poder. Pero lleva también compasión y por eso sabe que su padre tiene un lado noble aún. La lectura más inmediata diría que el hijo tiene que confrontar al padre para matarlo (simbólicamente). Sin embargo el reto de la madurez es más complejo, es humanizar al padre, verlo como alguien igual a uno. Y sin embargo, la máscara de Vader, y su presencia marginal en la secuencia, nos bloquean ante los posibles indicios de transformación, entre el momento que Luke le explica lo que siente por él en la luna de Endor y el momento en que opta por su hijo antes que por el Emperador (Episodio VI). Sólo entonces, ya humanizado, puede ver a su hijo a los ojos.

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Kylo Ren. Episodio VII: El despertar de la Fuerza (Episode VII: The Force Awakens, Disney/J.J. Abrams, 2015).

George Lucas piensa que el atractivo que tiene Darth Vader está en su poderío. En su conversación con Bill Moyers, ambos coinciden en que Vader es sin duda la figura más popular de Star Wars. Entonces Lucas arriesga esta hipótesis: «[A] los niños les encanta el poder porque están indefensos. ¿Y quién es más poderoso que Darth Vader?»[21] Curiosamente, Kylo Ren es el ejemplo perfecto.

Su reliquia es el casco derretido de su abuelo; su deseo, ser como él, tanto que en una especie de oración le dice: «Vuelve a mostrarme el Poder de la Oscuridad, y no permitiré que nada se interponga entre nosotros. Abuelo, enséñame y terminaré lo que comenzaste». Nieto a fin de cuentas, un nieto que no conoció a su abuelo, siempre será un niño frente a esa figura mítica y proyectará lo que lleva consigo en ella. Además, decepcionado de otra figura mítica, su tío y maestro, Luke Skywalker, le otorga una autoridad incuestionable a una efigie, como tal algo permanente, incapaz de cambiar, sólido. Sólo que al parecer Kylo no conoce la historia que nosostros sí conocemos: que Vader flaqueó (desde la perspectiva sith) o se redimió (desde la perspectiva jedi –que en este caso quiere decir cristiana). Por eso, de algún modo, anda el mismo camino.

No hay Kylo Ren más frágil que el Ben Solo que niega ser quien es, sin el casco que imita al de su abuelo, cuando enfrenta a su padre, quien le pide ver su cara (Episodio VII). Ren flaqueó en el mismo momento en que atendió la petición. Entonces ve a su padre a los ojos. Ya fue tocado por la mirada de Han antes de que Han extendiera la mano –una mano que es tanto suya como de Leia– confundido, comprendiendo apenas que fue atravesado por la espada de su hijo. Ben, sin máscara, acepta que está dividido antes de actuar, pensando que dejará de estarlo. Pero la mano de Han, la mano de su padre, la mirada de Han llena de cariño, hará más profunda la herida; hasta que por fin haga lo que tenía que hacer, lo que en el fondo sabía que tenía que hacer desde el inicio: deshacerse de la imagen que hizo de sí mismo, para deshacerse de su espada y de su idea de poder. Elige quién quiere ser más allá de sus maestros y expía sus culpas. A eso, a fin de cuentas, lleva ese dictum entre arquetípico y freudiano de “matar al padre”: a elegir el rostro propio, muchas veces calcado del padre que supuestamente destruyó.

(Por supuesto, el desenlace podría haber sido otro: convertirse en lo que él pensaba que su abuelo era: en el Imperio mismo. Pero a fin de cuentas estamos en un universo infantil, como ya decíamos arriba, y eso tiene ciertas implicaciones más relacionadas con la idea que los adultos nos hemos formado de la infancia y con el paradigma de niñez Disney que con los niños mismos.)

[Entre las ideas extrañamente provocadoras de George Lucas están sus consideraciones sobre el pensamiento de los niños. Reconoce, en primer lugar, que a los niños no les gusta que los sermoneen. Pero además, hablando de por qué es más difícil escribir para niños que para adultos, argumenta que si bien son más susceptibles de aceptar cualquier discurso porque no están «bloqueados por un dogma particular», al mismo tiempo «si algo no tiene sentido para ellos, son mucho más críticos [que los adultos] al respecto. Y tampoco piensan las cosas en términos de Bien y Mal».[22] Teniendo cuidado con la romantización de la infancia implícita en sus ideas pensamos por qué el cambio de Anakin, en principio, no les inquieta: por su apertura al mundo, antes de que vayan aprendiendo límites, códigos y taxonomías. Hay una razón más para que los niños acepten el proceso: el Mal es parte de su proceder, de sus pulsiones. Baste pensar en escenas típicas de las infancias de otro tiempo como lagartijas destripadas u hormigas achicharradas bajo una lupa.

Destacadamente, Disney parece haber seguido esta guía en sus tres episodios y en sus producciones alternas. Hay cierta ambigüedad en las historias, y cada película tiene un carácter único, a diferencia de sus películas intercambiables de superhéroes intercambiables o de sus pobres musicales “live-action”. Si para Disney los niños generalmente son una masa medio informe a la que hay que sostener entre algodones para que el mundo no la afecte, aquí son entes complejos. Debe ser consecuencia del temor (económico) a defraudar a la generación que creció con relatos infantiles más elaborados, aunque no lo parezcan en primera instancia.]

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Rey. Episodio IX: El ascenso de Skywalker (Episode VII: The Rise of Skywalker, Disney/J.J. Abrams, 2019).

Así como Ben/Kylo es en cierto modo un reflejo de Anakin/Vader es el reverso de Rey sin-nombre: Kylo sabe quién es y quiénes son sus ancestros; Rey viene de ningún lado, pero igualmente tiene que elegir quién es. En su cueva del lado oscuro, en Ahch-To (Episodio VIII), su miedo más grande se confirma: está totalmente sola. Es más, cuando se le revela su historia, que es una Palpatine, nieta del mismísimo Emperador (Episodio IX), pasa de la soledad que la ha marcado a quedar íngrima.[23] Tiene algo así como un pasado que no quiere, pero que tampoco es suyo. Su pasado realmente es años de abandono pepenando en el desierto de Jakku y la aventura que le llegó sin buscarla. En el sótano del castillo en Takodana, Maz Kanata le dice: «Ese sable de luz era de Luke, y antes de su padre, y ahora te llama». Ése llamado, que Rey acepta, es el punto clave en su vida. Impulsiva pero clara, noble y decidida, Rey no podía ceder a la tentación del Emperador. Ya había decidido su filiación desde antes, cuando eligió la espada azul y todos los fans deseamos que fuera hija de Luke. Sólo faltaba escucharlo, y lo escuchamos en Tatooine, en la granja de humedad donde creció su maestro: Rey es una Skywalker y nadie nunca fue más Skywalker que ella porque ella es la única que decidió serlo.

Si recordamos el camino del héroe notaremos que en realidad Luke y Rey son un solo ente que recibe el llamado, cruza el umbral, aprende, se enfrenta al abismo, pasa pruebas se transforma y regresa. Con Rey los Skywalker vuelven a Tatooine.

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Anakin Skywalker. Episodio III: La venganza de los sith (Episode III: Revenge of the sith, George Lucas, 2005).

De cualquier modo, en el terreno de la elección, Anakin Skywalker/Darth Vader es el personaje más radical, el que elije no seguir su (supuesto) llamado. Si uno lo piensa bien, los jedi entraron en una especie de entre histeria y esperanza de encontrar el posible cumplimiento de una porfecía: la de alguien que balancearía la Fuerza. Su lógica, es clerical: un ungido tiene que ser alguien excepcional. Y, por otro lado, el balance tiene que ser la destrucción de los sith, del Mal. Anakin, en cambio, no quiere nada de eso: él no eligió ser un jedi, más bien fue llevado por la leva. En cambio quiere ser un guerrero reconocido y quiere amar. Su deseo no coincide con las esperanzas de la insitución y se rebela contra ella. Al convertirse en Darth Vader opta por su propio camino.

Entre las teorías de los fans hay una muy interesante: que Vader fue verdaderamente quien balanceó la fuerza porque había demasiados jedi y pocos sith, y tras la mantanza del templo jedi y la Orden 66 (Episodio III) quedaron –ateniéndonos a los largometrajes de la Saga Skywalker– dos de cada bando. Sin embargo, lo esperado es que al final prime el Bien, como pasa cuando Rey y Ben derrotan al Emperador, después de que varios jedi le piden a Rey que balancee la fuerza (Episodio IX). ¿Por qué la victoria del Bien tiene que ser el balance? Es sencillo y triste: porque la visión cristiana imperial (o sea: blanca, anglosajona y protestante) lleva a un punto unívoco, donde la fuerza se impone y todo es bonito y brillante. El sueño Disney es el sueño estadounidense (“americano”): sólo un mundo a su medida y bajo sus reglas es deseable. A fin de cuentas, decíamos arriba, el Imperio, la Rebelión y la República son una unidad, un flujo.

Volvamos a Luke: «La Fuerza [e]s la energía entre todas las cosas, una tensión, un balance que une todo». Si pensamos en la época Lucas, el balance siempre fue imposible, o momentáneo. Johnson lo supo leer y planteó la verdadera paradoja: a la luz la acompaña la sombra, a la vida la muerte, etc. Rey y Kylo eran un balance porque eran una tensión. Ahora que Rey está sola –aunque quizá Finn también haya tenido un despertar– es un peligro –de entrada es un humano, un colonizador-invasor en el planeta de los jawas y los tusken[24]–, como sabemos muy bien quienes vivimos fuera del Imperio, ese Imperio que es también una república: no hay nada más aterrador que esa persona que siente que hace el Bien e investida de un poder sin contrapesos.

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Y sin embargo, aunque algo de todas las lecturas políticas que hice está presente en Star Wars, no terminan de cuadrar. No porque sean impertinentes sino porque las relaciones profundas con la saga se establecen en la infancia, cuando hay muy poco juego simbólico o abstracto. La guerra de las galaxias, se ha confundido a menudo con cosas que no es porque se quita el énfasis en que es una serie de películas para niños. Y esos niños que fuimos al verlas en su primer momento se maravillaban con ese espejo que era Luke –otros niños se habrán reflejado en Anakin y Rey– y que se enfrentaba al Mal, y con la fuerza y el misterio de Vader y se sumergían en un mundo infinito en el que cabían ellos y cabía su imaginación y sus creaciones fantásticas. Era un regalo: un texto con el que se podía jugar, un texto que se podía intervenir, no sólo cuando uno era los héroes-muñecos que tenía entre las manos, o el héroe que traía un plástico horroroso que fungía como espada láser, sino cuando creaba mundos, historias paralelas… En su mismo origen está la fanfiction y los relatos que hicieron Abrams y Johnson para Disney. También la subversión al canon, primero establecido por Lucas y ahora por Disney.

Abrams planteó un punto (incoscientemente) brillante cuando, en el Episodio VII, nos revela que hasta Rey y Finn son fans de La guerra de las galaxias y narran sus visiones de los logros de Han, general o bandido, según el caso.[25] Se parecen a nosotros y se emocionan con nosotros cuando aparecen Han Solo y Chewbacca, cuando Han dice como si fuera cualquier espectador: «Chewie, llegamos a casa». Al replantear la condición de posibilidad de la saga, Abrams nos volvió a dar la oportunidad de imaginarla y compartirla, y también de re-crearla. Quizá por eso no la pudo cerrar, porque más bien se trataba de mantener el universo en perpetuo movimiento. Disney sacará un provecho económico infinito de ello, pero atinó de algún modo en su visión nostálgica: volvió a abrir el tablero. Después de Rey aparecerá una nueva tensión, en pantalla o en la imaginación de nuevas generaciones de niños recorriendo jardines que son selvas fluorescentes o en salas con pisos de lava.


Abel Muñoz Hénonin dirige Icónica e imparte clases en la Escuela Superior de Cine, la Universidad Iberoamericana y el Centro de Capacitación Cinematográfica. Estudia el doctorado en Filosofía, Arte y Pensamiento Social en la Escuela Europea de Postgraduados. Coeditó con César Albarrán Torres el dossier “Latin American Cinema Today: An Unsolved Paradox” de Senses of Cinema 89 (diciembre 2018). @eltalabel


Este texto parte de la lectura que Leonardo García Tsao hizo de la primera película cuando se estrenó en México. No lo cito porque no pude acceder al texto mientras escribía y lo parafraseé de memoria. Tomé algunas ideas de conversaciones con Ricardo Cázares (desperdiciar la muerte de Chewbacca en el Episodio IX), Gerardo Avilez (que todas las películas tienen algo especial y no son modelos que se pueden llenar con cualquier cosa, como las de superhéroes) y Emilio Patán (la teoría del equilibrio de la fuerza de los fans).

[1] Cada que escribo de La guerra de las galaxias vuelvo a dos páginas de Will Brooker que me han marcado profundamente, la 31 y la 32 de Star Wars (BFI Film Classics, Palgrave Macmillan, Londres, 2009). Desde ahí he desarrollado este argumento.
[2] Ver “El pistolero” (“The Gunslinger”), el quinto episodio de El Mandaloriano (The Mandalorian, Jon Favreau, 2019 a la fecha).
[3] Ver Xavier Zubiri, Inteligencia sentiente, Alianza, Madrid, 1980, 82 y 83. Zubiri tiene más fe en la capacidad de conocer y en el acto de inteligir que las acciones arrebatadas, torpes o desesperadas que caracterizan La guerra de las galaxias.
[4] Ésta es una discusión clásica de la teoría de la comunicación. La referencia histórica clave es El medio es el masaje de Marshall McLuhan (con la colaboración del diseñador gráfico Quentin Fiore; la marca editora, Buenos Aires, 2015). La discusión reciente más relevante que yo conozco es la de que John Durham Peters realiza en The Marvelous Clouds: Towards a Philosophy of Elemental Media (University of Chicago Press, 2015).
[5] Sigo a Georges Simondon en El modo de existencia de los objetos técnicos (Prometeo, Buenos Aires, 2008).
[6] George Lucas entrevistado por Charlie Rose, The Charlie Rose Show, Bloomberg Television, Nueva York, 25 de diciembre de 2015.
[7] George Lucas entrevistado por Bill Moyers, The Mythology of Star Wars, Public Affairs Television, Nueva York, 1999.
[8] Charlie Rose, op. cit.
[9] Joseph Campbell entrevistado por Bill Moyers, The Power of Myth, Anchor Books, Nueva York, 1991, p. 66. El libro de Otto Rank del que Campbell parte es El mito del nacimiento del héroe (Paidós, Buenos Aires, 1961).
[10] Idem, p. 152.
[11] Claudio Magris, “Maestros y alumnos”, Utopía y desencanto: Historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad, Anagrama, Barcelona, 2001, p. 40. Toda esta sección se alimenta de este ensayo.
[12] Charlie Rose, op. cit.
[13] Slashme (usuario), “Heroesjourney.svg”, diagrama del periplo del héroe basado tanto en Campbell como en «A Practical Guide to Joseph Cambell’s The Hero with a Thousand Faces» de Christopher Vogler (folleto, 1985), versión en español de Albertojuanse (usuario), Wikipedia, 3 de octubre de 2013. El esquema original de Campbell aparece en El héroe de las mil caras: Psicoanálisis del mito (Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p 274).
[14] Este razonamiento está íntimamente ligado con estas líneas clásicas de Jorge Luis Borges: «En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable, pero habría que tratar de purificarla de toda connotación de polémica o rivalidad. El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro». “Kafka y sus precursores”, Otras inquisiciones, Alianza Editorial, Madrid, 1999, p. 166.
[15] Gregory Lawrence, “Rian Johnson Believes Movies Should ‘Challenge’ Fans, Not Placate Them”, Collider,  17 de diciembre de 2019.
[16] Bill Moyers, op. cit.
[17] Xavier Rubert de Ventós, “Fe y gastronomía”, Dios, entre otros inconvenientes, Anagrama, Bercelona, 2000, pp. 32-36 (cita en la p. 36).
[18] Ver Will Brooker, op. cit., ver capítulos 2 y 3.
[19] Kevin Burns y Edith Becker, Empire of Dreams: The Story of the Star Wars Trilogy, Prometheus Entertainment, Los Ángeles, 2004. Citado por Brooker, op. cit., p. 83.
[20] Abel Muñoz Hénonin, “El nuevo Quijote”, Tribuna Milenio, Milenio Diario, México, 21 de diciembre de 2015.
[21] Bill Moyers, op. cit.
[22] Ibid.
[23] Esta palabra no pertenece al español del Altiplano Central Mexicano, mi dialecto, es más bien un centroamericanismo que, si bien entiendo, radicaliza la soledad y el abandono.
[24] Ver Favreau, op. cit. En toda La guerra de las galaxias la humanidad es una especie invasora que ha establecido colonias por mundos y mundos; es de suponerse que estableciendo su propio orden y obligando a los demás a adaptarse a él o a desaparecer, como en Naboo (Episodio I).
[25] Abel Muñoz Hénonin, op. cit.