Por qué Gael es un iletrado visual

Por qué Gael es un iletrado visual

Por | 12 de septiembre de 2019

Sección: Opinión

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El sobrevalorado actor Gael García Bernal debutó como director en Déficit (2007), película con la que quedo mucho a deber, principalmente por su esquematismo ideológico de pacotilla, que se creía trascendente al reciclar con visión hipster, posmoderna y aburrida El reventón (Archibaldo Burns, 1977). No fue el evento que creía la mercadotecnia. Pasó sin pena ni gloria entre los llamados “éxitos” de los que tan hambriento está el cine nacional. La siempre enorme faramalla que se arma con las conocidas alfombras rojas, convertidas en frívolas ferias de vanidad y banalidad, no pudo ocultar cuán mediocre era la película.

Aunque acumuló créditos como director de cortos y programas de TV, doce años después regresa Gael al largometraje con Chicuarotes (2019), que ostenta los defectos de una segunda película hecha demasiado tiempo después de la primera. La dirección se nota anquilosada, el estilo visual sigue siendo de simple rutina: ilustrar el guión de Augusto Mendoza sin ningún gusto e inspiración. Justo lo peor que se podía hacer con una escritura que exigía expresarla en imágenes, no con un rollo en exceso dogmático, pasado de moda, que pierde de vista la condición humana de los personajes para convertirlos en arquetipos de una pobreza que se depreda pretendiendo comercializarla como “obra” de “arte”. Sin consecuencia. Porque a nadie realmente gustó la película.

La dirección de Gael es de cuarta. Desaprovecha uno tras otro cada valor de producción que tenía enfrente (locaciones principalmente, personajes secundarios, la situación geográfica); resulta obvio que desconoce los ámbitos donde sucede la historia. Al tratar de concentrar las acciones usando planos medios para dizque acercar al público hacia los personajes y tener empatía con ellos, evidencia que no sabe dirigir sus actores principales (Gabriel Carbajal, Benny Emmanuel, Leidi Gutiérrez), desperdiciando sus espontáneas habilidades y llevándolos a momentos de ligera sobreactuación, siempre asfixiándolos en primeros planos con cero expresividad; o en feos planos medios donde no saben cómo desenvolverse físicamente.

La falta de una concepción estética más allá de la fotografía naturalista chafita (responsabilidad de Juan Pablo Ramírez), sin manejo de iluminaciones ni creación de espacios & estados de ánimo diferentes a la sencilla instrucción “que se vea”, especialmente escenas nocturnas que se notan falsas, revela una improvisación equívoca. Su forma de dirigir confirma una incapacidad para pensar con imágenes.

Dramáticamente la película plantea que los personajes son cómicos callejeros incapaces de conseguir lana honradamente. En su pueblo-colonia-barrio de Xochimilco viven una situación emocional y socialmente jodida. El tema exigía una aproximación ajena a cualquier esteticismo, cierto, pero saquear la miseria de la forma en que lo hace, desde la altura del Coyoacán way of life dictando cómo cree que es cualquier realidad diferente a la suya, es por supuesto evidencia de algo que no entiende pero pretende retratar.

La ausencia de concepto visual en la película desvela un trasfondo inquietante: esquematiza el guión subrayando que los personajes sólo son creativos para el crimen (de hecho es su única salida en la sentina en que viven): asaltan pasajeros de una pesera; roban la marimba de otra, luego una tienda de ropa interior del barrio; acaban secuestrando al hijo de un carnicero para conseguir lana y poder inscribirse al sindicato de electricistas y ¡vivir así de aviadores! Descubierto el secuestro, el judicial del pueblo, que sabe que fueron ellos, los vuelve cómplices al intentar violar a su amiga. Dos caricaturescamente obesas policías de uniforme, a su vez, detienen al cómplice de los chicuarotes para tener sexo con él.

No es una visión infernal de la vida, sino una maniquea habitada por seres tan repulsivos que carecen de nombre (son identificados por apodos: Cagalera, Moloteco, Planchado), a los que no intenta comprender. Gael quiere ser dramático y resulta tremendista. Apuesta por un naturalismo y le queda un torpe ejercicio de malos encuadres: una telenovela donde el convencionalismo está en la moraleja “así son”. Su estética es de cartón. Algo prematuramente envejecido. Es una cinta de los 1970 presentada con ese estilo, una especie de dogma fascistoide sobre cómo exponer la pobreza acentuando todas las taras (golpizas, crímenes de grotesca pasión, violencia sexual, resentimiento caníbal ya que siempre se vuelven contra ellos mismos).

Gael no sabe presentar las implicaciones de las sugerencias crítica y documental que había en el argumento. Su falta de calidad visual no parece decisión deliberada sino consecuencia de que ignora cómo narrar fílmicamente. Con razón salió tablas en taquilla y a ningún talibán de la crítica le satisfizo como para premiarla.


José Felipe Coria colabora en El Universal y es maestro del INBA. Es autor de los libros El señor de Sombras (1995), Cae la luna: La invasión de Marte (2002), Iluminaciones del cine mexicano (2005), Taller de cinefilia (2006) y El vago de los cines (2007). Ha colaborado en medios como ReformaRevista de la UniversidadEl País y El Financiero.

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