Ayer maravilla fui

Ayer maravilla fui

Por | 19 de julio de 2018

Sección: Crítica

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El cine es un artilugio que proyecta sobre una pantalla los miedos y los deseos que nos habitan. Esas pulsiones, que hemos aprendido a domesticar, son la materia prima de múltiples disciplinas. Una de ellas, el psicoanálisis, nació casi al mismo tiempo que el arte cinematográfico. La vocación de éste, sin embargo, es la creación de imágenes poderosas que zarandean no sólo los instintos sino también las emociones. No es sencillo crear imágenes. ¿Cuántas películas hemos olvidado con el paso del tiempo e incluso al salir de una sala o cerrar la computadora? No ocurre así con Ayer maravilla fui (2017), en la que Gabriel Mariño, su director, demuestra una destreza inusual para crear imágenes potentes cuyas texturas recuerdan la herencia neorrealista en ciertas películas de la Nueva Ola francesa.

La premisa de la segunda película de Mariño (Puebla, 1978) –que debutó con el largometraje Un mundo secreto (2012)– es la siguiente: un ente usurpador de cuerpos se enamora de una chica llamada Luisa (Siouzana Melikián). Este ente, que se convierte en hombre, mujer e incluso en un viejo sin que medie su voluntad, se enfrenta a problemas recurrentes en las relaciones humanas, principalmente amorosas: cuando alguien sufre una transformación (ya sea física, psíquica o emocional), ¿en qué medida cambia nuestra percepción de esa persona? Y, por otro lado, ¿es posible permanecer inmutable?

Anclado a una trama de ciencia ficción, el tratamiento que hace Mariño de su historia es singular. Ayer maravilla fui recuerda un poco a la primera película de Julián Hernández, Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor (2003), en la que la Ciudad de México, que en esos años se llamaba Distrito Federal, es mostrada como un contenedor de múltiples personajes e historias. La ciudad en la película de Mariño, que fue filmada en un destacado blanco y negro, tiene el cariz de la belleza idílica que surge de la atenta observación de, por ejemplo, las estructuras del Metro Oceanía. La mirada de Mariño, bien entrenada en tomarle el pulso a la quietud de espacios íntimos –como el cuarto donde vive el ente protagonista– y otros abiertos –calles y parques para skaters–, produce la emoción de ver en pantalla los lugares que habitamos. Parece una obviedad, pero no lo es: no estamos acostumbrados a vernos en el cine.

El aporte más importante de esta película es, quizá, que dota de libertad a la historia que cuenta. Aquí no hay alegatos sobre el género, que los críticos menos agudos (y al pendiente de las agendas mediáticas) señalarán. Ayer maravilla fui esquiva las teorías y el concepto del género como performance en favor de la imaginación que ofrece el cine, que permite fantasear con la idea de ser otro, de un día despertar siendo alguien más. Una escena resume bien la película, esa donde el ente le cuenta su sueño a la chica que ama, con la aprehensión de que al transformarse la deje de amar.


Carlos Rodríguez es el jefe de redacción del sitio web de La Tempestad. Actualmente trabaja en un proyecto que revisa la obra de Claude Chabrol, cuyo sitio web es https://claude-chabrol.com.

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