5 claves para entender a Paul Thomas And

5 claves para entender a Paul Thomas Anderson

Por | 18 de noviembre de 2016

Paul Thomas Anderson emite una constante crítica a lo estadounidense a partir de una lectura muy personal de la mejor tradición fílmica de su país. Ha desarrollado un perfil estilístico y narrativo muy particular para retratar la sociedad enfocándose en las piezas que no encajan en ella: una implacable mirada sobre lo que significa ser estadounidense desde los microuniversos y sus estructuras. Analizamos los principales aspectos que distinguen su cine.

 

1. Los patriarcas

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La figura del patriarca es uno de los ejes principales alrededor de los cuales giran las historias de P. T. Anderson (Studio City, 1970). Desde el personaje de Jack Horner (Burt Reynolds) que funge como cabeza de la familia-negocio en Juegos de placer (Boogie Nights, 1997) hasta Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) en su papel como líder en The Master: Todo hombre necesita un guía (The Master, 2012), las fortalezas de estos personajes masculinos cobijan a sus respectivas comunidades y dictan en gran medida el desenvolvimiento de los demás, cuyas necesidades de aprobación entran en conflicto con las búsquedas de identidad. Pero si todas las figuras patriarcales tienen algo en común es su peso oprobioso e hipnotizante. El mejor ejemplo está en Earl Partridge (Jason Robards) el padre ausente y moribundo, pero al mismo tiempo imponente y aterrador, de Magnolia (1999).

 

2. Los marginados

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P. T. Anderson retrata constantemente a los outsiders en tensión con la “normalidad” que los rodea. Un homosexual de clóset que rumia sus quince minutos de fama infantil, un policía demasiado noble, un detective que piensa mejor drogado, un empresario exitoso pero tímido y apocado… Todos tienen algo excéntrico y familiar. Ninguno quiere estar fuera del contrato social aunque tampoco pueda estar dentro, por medio de estas figuras en el cine de Anderson se evidencian las grietas del sistema.

 

3. El gran cine estadounidense

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Anderson es el único realizador estadounidense que conscientemente mantiene viva la gran tradición fílmica de su cine de su país —el otro autor que lo hace es un inmigrante: Alejandro González Iñárritu. Su obra se suma al caudal artístico de los años setenta (Robert Altman, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Terrence Malick…) en un retrato profundo de lo estadounidense, pero sobre todo al retomar una tradición narrativa, actoral, fotográfica y de montaje basada en un clímax y en personajes potentes.

 

4. Lo moral

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Junto con sus elecciones formales Anderson es heredero del mejor cine de su país al tomar una postura critica sobre la sociedad estadounidense desde sus adentros. Por medio de la descripción minuciosa de sus personajes, el cineasta expone sus matices y las raíces de sus comportamientos: los individuos nunca son enteramente culpables de sus acciones, existen en función de una sociedad con valores y perversiones. Los relatos de Anderson reflexionan sobre lo estadounidense desde lo social y lo emocional: una narrativa desencantada con brotes de esperanza que radican en lo individual. Existe la posibilidad de transformación a pesar del sistema, sus personajes nunca permanecen intactos.

 

5. La música

Aunque este recurso se ha vuelto menos presente en sus últimas películas, en su primer cine funcionó como un recurso expresivo. Para Anderson, el relato cinematográfico no se basa primordialmente en el diálogo. Las piezas musicales funcionan como algo más que acentos emocionales o ambientación: hay secuencias en las que las canciones se convierten en protagonistas del universo audiovisual y dictan el desarrollo de la acción. Uno de sus momentos más desafiantes es la secuencia de Magnolia en la que todos los personajes cantan, en sus respectivos espacios, “Wise Up” de Aimee Mann: incluso tomando la lógica del videoclip, el recurso funciona dentro de la unidad del relato y contribuye a sus transformaciones internas. Otro ejemplo viene de la misma cinta cuando, justo al final, mientras Claudia Gator (Melora Walters) mira directamente a la cámara, el monólogo del policía Jim (John C. Reilly) se va desvaneciendo para abrirle paso a la canción final. A través de este desafío a la orquestación tradicional de los elementos del filme, Paul Thomas Anderson lleva el discurso fílmico estadounidense a todo un punto nuevo, construye su propia mirada crítica sobre la sociedad actual.